jueves, 19 de abril de 2012

Restaurante Hotel del Oso (Cosgaya, Cantabria)


Tipo de cocina: Tradicional. Especialidades en cocido montañés y cocido lebaniego.
Precio: Carta, entre 30€ y 40€. Menú del día 25€. Parking gratuito.

Aunque desde luego que un buen restaurante es un lugar excelente para disfrutar de la vida, no todos mis pequeños rincones son restaurantes, ni mucho menos... por eso, para variar un poco, pretendía optar para mi segunda entrada por otro tipo de lugar, hasta que, viendo unas fotos antiguas mientras hacía una copia de seguridad del disco duro, me he topado con una que me ha hecho retroceder a hace casi diez años, al Valle de Liébana; una brecha en mitad de los Picos de Europa que sirve de frontera entre Cantabría y Asturias, un vergel crecido en torno al río Deva que constituye uno de los paraísos naturales más agradables que he tenido el privilegio de disfrutar. Todo él constituye un pequeño rincón en el que perderse, desde la paz y quietud del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, al bullicio y preciosa arquitectura de Potes o las espectaculares vistas desde el Mirador del Cable, a casi 800 metros sobre Fuente Dé y su famoso teleférico, con la posibilidad de llegar también (o volver) por una preciosa senda de montaña que parte de Cahecho, unos kilómetros más abajo en el valle. Ésa fue mi primera visita a aquel paraíso, y ésa fue también la primera vez que disfruté, en el mismo corazón del valle, del restaurante del Hotel del Oso.

Respecto al hotel en sí no puedo opinar, dado que nunca me he hospedado allí. No obstante, he recibido muy buenas referencias, y es innegable que las preciosas instalaciones en piedra y madera, en pleno valle y junto al río, deben proporcionar un despertar de lo más placentero. Del restaurante, que es lo que nos ocupa, sí tengo más elementos de juicio. ¡Y qué elementos!

Como creo que ya he dejado entrever (muy sutilmente), el enclave es lo primero que hace el lugar acogedor. Ya vengas de hacer alguna ruta por el norte del valle o de 'turistear' por el sur, cuando te desvías de la carretera, cruzas el río por el precioso puente de piedra y te encuentras con el caserón rodeado de vegetación, ya intuyes que la estancia va a ser agradable. Una vez dentro -al margen de la pequeña cafetería en la entrada- el salón es amplio y la decoración, sobria, en piedra y madera, nos anuncia que estamos en un asador tradicional, pero sin resultar en absoluto recargada ni 'folclórica'; cuenta además con algún recoveco en el que, si está disponible, podemos encontrar mayor intimidad, e incluso me han comentado que existe en el edificio una pequeña sala de reuniones que, para según que ocasiones, es posible utilizar como reservado. El servicio, no menos importante, es cercano y de trato muy agradable, sin llegar a ponerse pesados.

Pero en fin, entremos en harina... o en cocido, que es lo que ha dado fama al lugar. El plato estrella del restaurante, que se estableció como tal en 1980, cuando se construyó el edificio 'nuevo' del hotel en la actual ubicación, es sin duda el cocido lebaniego, elaborado a base de garbanzos de la zona -pequeños y suaves-, acompañados de berza, ternera y diversos derivados del cerdo (la receta completa, junto con las de otros 'platos estrella', está publicada en la web del restaurante); no obstante, el cocido montañés, que curiosamente se elabora con alubias, también mantiene un nivel excelente. Eso sí, en caso de optar por comer cocidos, mejor pedir para uno o dos menos de los comensales, porque la ración es también 'tradicional'.

Sin embargo, si se quiere llevar la contundencia de la comida a un punto más cárnico, lo más recomendable es optar por unos entrantes suaves -las ensaladas están buenísimas, con especial atención a la de bacalao y a la de verduras, con queso de Tresviso y frutos secos tostados- y dejar hueco en el estómago para las dos joyas de la corona: el chuletón de ternera y el lechazo asado. El secreto es tan simple como unas materias primas de primerísima calidad y el punto exacto de brasa y horno, respectivamente... sin embargo, en pocos lugares se alcanza en el resultado el grado de perfección que encontraremos en el restaurante del Hotel del Oso. Para terminar con tan copiosa comida, nada más recomendable que la excelente mousse de yogur, que bien puede ir acompañada de un 'digestivo' de la tierra (si tienen licores o aguardientes 'El Coterón', elaborados en el valle de manera tradicional, no dudéis); y si alguno posee un estómago inagotable, o simplemente se ha optado por la prudencia en las raciones, el arroz con leche es digno de la mejor de nuestras abuelas.

Por lo que respecta a los precios, sin ser un chollo, sí son bastante razonables, máxime para la calidad que ofrecen. El menú del día es muy variado, aunque no incluye bebida, y la carta nos puede llevar a precios muy dispares según optemos por cocido o chuletón (o por uno u otro de sus 140 vinos), aunque siempre bastante por debajo de lo que suele suponer un asador, la verdad. Alrededor de 30€ suelen ser suficientes para salir bien satisfecho. Y ya que hablamos de satisfacción, nada mejor para reposarla y paladearla que la terraza del restaurante; un precioso porche con vistas al río o a la montaña (ocupa dos fachadas del edificio) en el que solazarse con un café (si eres amigo de la copa y/o el puro, éste será tu nuevo paraíso) y dejar pasar las horas mientras el sol se va poniendo y la brisa te trae el olor de los árboles. La única pena es que ya no estén los dos míticos san bernardos que custodiaban las escaleras y que hacían la sobremesa aún más bucólica.


En definitiva, excelente comida tradicional en un ambiente tranquilo y unas vistas y emplazamiento espectaculares conforman los ingredientes que hacen de éste un lugar único, hasta el punto de que merezca la pena el viaje. Eso sí, merece tanto la pena que es mejor prepararlo con bastante antelación y reservar, porque semejante pequeño rincón, siempre está solicitado.

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